Ridiculos y Cosas Peores
domingo, marzo 19, 2006
La vida, amable lector, es una cajita de Pandora que está llena de momentos embarazosos. Más que de momentos gratos o de momentos tristes, en definitiva pasamos más tiempo haciendo el ridículo que haciendo cosas productivas. Casi siempre y sin proponérnoslo, optamos por la “Filosofía del Caballo de Desfile de 15 de Septiembre”: “Cagando, andando y siempre aplaudido!”.
Pero ¿qué se puede hacer contra esto? Yo creo que nada. Hacer el ridículo voluntaria o involuntariamente no depende en su totalidad de nosotros, ya que ejercen influencia diversos factores externos como las circunstancias, las personas, el medio ambiente y por supuesto…nuestro grado de estupidez. Más que todo…nuestro grado de estupidez.Por ejemplo, como citaba el maestro Ibarguengoitia en unos de sus libros: Un conductor cafre, prefiere que el señor que va cruzando la calle, pegue un brinco y haga el ridículo antes que bajar la velocidad. Todo esto mientras se ríe del pobre peatón que en su patético intento por salvar su vida, se metió así mismo una zancadilla que lo hizo caer en un charco cercano a la banqueta y quedar como marrano en chiquero. Muy lamentable. Este es un caso representativo de cómo se hace el ridículo gracias a factores externos. Gracias al conductor cafre “sonofabitch”, el peatón no tiene más remedio que hacer el ridículo involuntariamente y ver desde su charco, cómo la gente lo apunta y se burla de él. Muy desagradable.
Otro caso que depende de nuestro grado de estupidez, es por ejemplo el de ir a la tienda de la esquina así como nos levantamos…en fachas. Amanece y nos dámos cuenta de que se acabaron los pañales del bebé o de que no hay leche en el refrigerador. Uno piensa para sus adentros: -“Nomás voy aquí a la esquina a comprar leche, me voy a ir en pijamas (las cuáles constan de: camiseta de “Berel” que nos regalaron en la compra de un bote de pintura, los pants más guangos y relavados que tenemos, calcetines de Los Pumas y patas de gallo o en su defecto, pantuflas. Las mujeres tendemos a hacernos un chongo malhecho y los hombres a ponerse gorra para aplacar las greñas duras). Al salir de casa, nos subimos al auto (para que no nos vean en fachas a lo largo de una cuadra) y conducimos mientras pensamos que la opinión pública, nos la pasamos por el Arco del Triunfo y que somos bien ponedores. Que no tiene nada de malo andarse exhibiendo así, que al cabo solo nos va a ver la cajera de la tienda, quien huelga decir, nos importa un rábano. A parte, este es un país libre (sic) en dónde uno puede andar como le de su gana, con pijamas, en chanclas, en boxers, en traje de tehuana, con gorros, encuerado, etc. Que al cabo para eso somos país de tercer mundo.
Llegamos a la tienda y entramos furtivamente sin decir “buenos días”, nos abastecemos de lo que necesitamos y nos dirigimos a la caja. Resulta que en ese preciso momento la cajera está atendiendo a un proveedor, así que tenemos que esperar unos minutos a que se desocupe. En eso estamos, cuando de pronto, vemos que entra un ex-novio/a con quien por azares del destino, terminamos por cualquier estupidez (por feo, por pobre, por idiota, etc.). Mientras este/a abre la puerta, uno piensa para sus adentros: -“Que no me vea! Que no me vea!….ya me vio! “- El/La ex, nos echa una mirada de reojo y al momento de reconocernos (bajo tanto escombro), se nos queda viendo por un instante. Sonríe (no sabe si reír o llorar, así que mejor sonríe…y se carcajea por dentro) y decidido/a se acerca a saludarnos.
En el trayecto que hace el/la interfecto/a, lo/a vemos en cámara lenta: recien bañado/a, con un excelente corte de pelo muy “in”, vistiendo un finísimo traje Hermenegildo Zegna y unos impecables zapatos Gucci. Se ha arreglado la nariz al estilo de Johnny Depp o de Nicole Kidman según sea el caso. Ya no usa frenos de caballo y en el anular, usa un costosísimo anillo “Tiffany”. Luce esbelto/a y a kilómetros se nota que va al gimnasio. Con cara de imbéciles lo/a vemos acercarse hasta que su loción nos despierta de golpe y nos vuelve a la realidad. Lo/a tenemos de pie frente a nosotros y no contento/a con decirnos –“Hola, Shakes!, qué gusto verte, mujer!!”- (lo cuál es una mentira podrida), encima de eso, nos abraza!!…y nosotros sin bañar. Muy humillante.
Una vez que nos reponemos de la impresión, nuestro/a ex nos empieza a cuestionar mientras nos escanea de arriba abajo: “Cómo has estado?” “Te casaste! Cuántos niños tienes?, pregunto por que veo que veniste a comprar pañales” “Sigues trabajando?”…bla, bla, bla. Nosotros contestamos con monosílabos para que no le llegue el tufo a centavo de nuestro aliento matutino y después lo/a escuchamos hablar de que es un/a Astro-Físico y trabaja para la NASA, de que no ha tenido hijos porque se está realizando en su profesión y tiene muchos doctorados por estudiar, a parte el hecho de administrar todas sus cuentas de inversión en Suiza, no le deja tiempo para pensar en niños. Nos cuenta que se casó con una modelo de Victoria Secret o con un Ingeniero en Física Cuántica que da clases en Harvard, según sea el caso y que fue a la tienda a comprar leche para el café, ya que inmediatamente parte para Hawai a jugar golf con Fidel Castro, pero sin su café de la mañana, nomás no puede empezar el día!
A estas alturas, nos hemos puesto de todos colores, repasando toda la gama del espectro cromático. No hacemos más que escucharlo/a y asentir a cada frase que dice. Por arte de magia, la cajera se desocupa justo cuando nuestro ex se despide de nosotros. –“No sabes el gusto que me dio verte!”- a lo que nosotros respondemos: -“Igualmente, te ves muy bien!”- nuestro/a ex se nos queda viendo sin corresponder al halago y nos repite –“De verdad, me dio muchísimo gusto verte! Toma mi tarjeta, cuando quieras llámame y nos vámos a tomar un café para ponernos al día, CIAO!”-
Después de esto, uno se queda perplejo viendo como el/la “ex” aborda su Mercedes Benz y enfila por la avenida. A éstas alturas, la cajera nos mira con un dejo de lástima y pena ajena. Nos mira como Chachita a su abuelita que está en silla de ruedas y nomás pela los ojos. Y todo es su culpa por haberse tardado tanto en atendernos! Ni modo que sea culpa de nosotros por ir a la tienda en fachas! No señor, de ninguna manera! Nosotros le echamos miradas mortales a la cajera y mientras nos cobra, pensamos para nuestros adentros: “La vida es una perra!….y la cajera también.”
Acto seguido, regresamos a casa con la bolsa de pañales contra el pecho y en actitud introspectiva. Regresamos pensando que la próxima vez que vayamos a ir a la tienda de la esquina, primero pasaremos por el salón de belleza.
El ejemplo pasado demuestra como nuestro grado de estupidez es equitativamente comparable al tamaño del ridículo al que estamos expuestos, pero ¿Qué sucede cuando el ridículo es debido a la necesidad?
Tomemos como ejemplo a Doña Chonita. Doña Chonita vive en una caja de cartón junto a sus 17 hijos, 4 perros y 2 cotorritos; su esposo va sólo en las noches y solamente para zurrarla a palos. No trabaja porque su religión se lo prohibe pero tiene una historia lo suficientemente descabellada para contar: Su hijo mayor anda con la madre de su esposo, que a su vez, le vende drogas a los demás hijos y el esposo la engaña con la tía hermana de ella quien a su vez anda con su hijo menor. Casualmente una conductora de televisión solicita gente con los mismos problemas para presentarlos en su programa. Promete a cambio una estancia en hotel, un carrito de hotdogs y una litera que probablemente no cabrá en la caja de cartón en donde vive Chonita y sus hijos, pero la oferta es irresistible.
Doña Chonita hace casting y se presenta en el programa a exponer sus miserias a nivel internacional. Parte del programa se la pasa balbuceando y llorando por su tragedia, otra parte se la pasa golpeando a su esposo (que para ese entonces se ha descubierto que también la engaña con el modisto de la colonia), y otra parte se la pasa siendo golpeada por su suegra porque se ha descubierto que Doña Chonita mantiene relaciones con su cuñado y que aparte golpea a sus hijos. La audiencia indignada, la conductora feliz, Doña Chonita hundida hasta el cuello en la más grande humillación de su vida, pero a estas alturas ¿A quién le interesa?
“La Pantera” fue una cantante y actriz muy famosa en los sesentas, Anduvo con dos presidentes de la República y tuvo mansiones en Acapulco, México, Guadalajara y Miami. Lamentablemente su estrella se apagó desde hace tiempo; Nadie le habla, todos le cobran y sus inversiones han fracasado una a una. ¿Qué hacer? Después de todo, “La pantera” también es humana y también debe comer de vez en cuando. Gracias al cielo, existen programas de chismes que son capaces de pagar 500 pesos por cada nota escandalosa que reciban. “La pantera” habla con ellos, les ofrece notas calientes, una por día, a cambio de un pequeño lugar en la nómina y así comienza a resurgir de nuevo. Todos los días sin falta, se presenta en el programa a contar un chisme nuevo: Que si el expresidente le regaló el Centro Histórico de la ciudad, que si tiene sémen congelado de Porfirio Díaz, que si su nuevo exnovio es un homosexual empedernido y que le robó un reloj, que si se le apareció María Félix y le dijo que ella iba a ser la nueva diva de México. Y ahí tenemos a “La pantera” exponiéndo su propia decadencia y decrepitud ante las millones de almas vacías que gustan de esos programas. Ella probablemente sabe que hace el ridículo, pero la necesidad es la misma tanto para ella como para Doña Chonita.
Sin embargo, el ridículo más disfrutable (al menos para los espectadores) es aquél que se hace inconcientemente. Algunos afirman que cuando le pierdes el miedo al ridículo, le pierdes el miedo a todo, pero no es así; Para hacer el ridículo como Dios manda, hay que carecer totalmente del sentido de la vergüenza. La gente normal evita por todos los medios hacer el ridículo no tanto por el miedo, sino por el sentido común. Los que carecen de la vergüenza, hacen el ridículo a diario de manera natural, creyendo que el mundo va a celebrar sus desatinos y desfiguros durante toda la vida.
Este tipo de ridículo no respeta cultura, posición económica, color o credo. Lo hace tanto el fanático de futból que cuando va al mundial en cualquier país, se pone a gritar como mamarracho el “cielito lindo” en algún museo, pintado de verde, blanco y rojo; con sombrero y matraca en mano, al igual que el insoportable conductor de telvisión que anuncia que “aunque cantar no es su fuerte”, acaba de sacar su disco de rock y que todavía exige sin temblarle la voz que la gente debe comprarlo porque “es para ayudar a los niños pobres”. Por lo que hemos escuchado, lo hacen incluso algunos escritorzuelos que aún teniendo voz de chachalaca y risas de “pulgoso”, se animan a grabar programas de radio.
Que tengas un excelente día, amable lector, y en lo particular, abstente de andar haciendo el ridículo gratis.
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