En la colonia en donde crecí, había una señora un poco loca, fui testigo de cómo poco a poco fue avanzando su nivel de “locura”, al principio, cuando me topaba con esta mujer de frente me preguntaba ¿no tienes una moneda que me prestes?, esta conducta se limitaba única y exclusivamente cuando nos topábamos de frente sobre la misma acera, por lo que al poco tiempo empecé a cambiarme de acera cuando a lo lejos veía que se acercaba esta mujer. En este nivel, solo se limitaba a detener a los peatones, niños.
Después no era limitante el que nos topáramos frente a frente sobre la misma acera, ya que si veía que iba por la acera de enfrente se cruzaba y me abordaba directamente para preguntarme: ¿tienes una moneda que me prestes?, como a esa edad yo no tenia mucho sentido de la sutileza, cuando la veía venir a lo lejos, mejor me daba media vuelta y me iba caminando, apresurando el paso. En este nivel, abordaba a peatones, niños y adultos.
Después, fue mas allá, ya que en una ocasión cuando regresaba de la escuela en el carro de mi padre, por la calle, iba caminando esta mujer, al momento de que vio el carro, se atravesó completamente hasta llegar a en medio de la calle y empezó a hacerle señales a mi padre de que detuviera la marcha del auto, una vez que nos detuvimos se acercò a la ventanilla y le preguntó: ¿tienes una moneda que me prestes?, por supuesto que mi viejo le cerró la ventanilla en las narices y aceleró para seguir con su camino. En este nivel me imagino que le pedía dinero a quien se dejara, peatón o automovilista, adulto o niño, hombre o mujer.
Era une especie de ansiedad ver a esta mujer caminando a lo lejos, por que sabia que invariablemente, de que fuera caminando solo o acompañado, si iba en bicicleta o en patines, me iba a pedir una moneda prestada, era como caer en un estado de alerta permanente cada vez que salía a la calle, esperando no topármela o esconderme si acaso la veía a lo lejos, o en el mejor de los casos voltearme y sin mas ni mas correr para que no me pidiera una moneda prestada.
Una vez que venia caminando, vi que se acercaba una silueta de una mujer ¿adivinen quien era?, ¡acertaron!, como era de esperarse la señora se enfiló hacia donde yo iba, una vez que me tuvo enfrente me adelanté a su pregunta de rigor y le pregunté yo: ¿tiene una moneda que me preste?, la mujer se me quedo viendo, paralizada, se quedo callada unos segundos, después se rió y se fuè y nunca mas me volvió a pedir una moneda prestada, fue como una especie de antídoto, ¡jamás me volvió a pedir una moneda prestada!, podía caminar tranquilamente y ver como detenía a los demás, sin importar si iban caminando por la misma acera o por la de enfrente, o si iban en bicicleta o en automóvil, a todos los detenía para pedirles una moneda prestada, inexplicablemente parecía que yo me había vuelto invisible a sus ojos, le pedía dinero a las personas que iban delante de mi o atrás, ¿a mi?, ¡jamás!.
Me divertía mucho ver cuando esta mujer se acercaba a los demás, me divertía ver el estado de ansiedad o desesperación que les provocaba, supongo que así me veía yo, claro, antes de conocer la solución, a veces me daban ganas de decirle a alguna personas, a las que veía mas desesperadas, cual era el remedio, ¡era tan sencillo!, pero siempre me guardé ese secreto para mi.
Con el tiempo, deje de ver a esta mujer como siempre la veìa, el tiempo empezó a hacer lo suyo, se veía más vieja, mas cansada pero no cesaba en su afán de pedir una moneda prestada a cuanta persona se le atravesara en su camino. Después de varios años caí en la cuenta de que había desaparecido para siempre, quizás había muerto, quizás había caído enferma, quizás estaba recluida en algún sanatorio mental o quizás había juntado dinero suficiente para cambiarse a una colonia mejor.
Pero si sucedió.
Santos(Phineas.com)
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