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La servidumbre del terror!!

domingo, diciembre 17, 2006

Cuando uno es finísima persona, siempre y bajo cualquier circunstancia entiende que los demás, siempre son lo de menos, sin embargo hay ciertas situaciones que me convierten en un ser sumamente detestable (¿más aún?) y hacen que me comporte como vieja verdulera en el mercado y no es que yo tenga algo en contra de la gente que compra y/o vende en el mercadito sobre ruedas que cada semana sin falta llega a las colonias de interés social, aunque pensándolo bien…sí. En fin.

Es bien sabido por todos los psicólogos infantiles –nomás los particulares, no los del IMSS- así como los promotores de la estimulación temprana y la eyaculación prematura que cuando un niño se encuentra en la tierna edad de 6 meses a 3 años y no hace caso lo que le ordenan sus padres o cualquier otra figura de autoridad para el chamaco, es cuando es posible determinar la futura vocación del pequeñín: Mesero.

No es que yo tenga nada en contra de la servidumbre. Debo confesar vergonzosamente que en mis años mozos yo mismo trabajé como mesero (por eso les llamo mis años mozos) en un restaurante “alemán” en donde me obligaban a ir vestido con un overol color azul marino con camisa a cuadros, como simulando que nos tratábamos de auténticos alemanes quienes atendíamos las mesas, afortunadamente únicamente nos hacían vestir de forma ridícula; podíamos servir las mesas con cierta dignidad, si es que eso es posible.

Sin embargo, hay ciertos restaurantes que tienen a bien tener entre las filas de su servidumbre a personas que quizás en circunstancias normales le caerían bien a cualquiera (de su nivel, por supuesto) y por alguna extraña razón, consideran que sí las personas que atienden a los comensales se comportan como payasos o imbéciles “simpáticos”, la gente saldrá con la barriga llena y una sonrisa de oreja a oreja. Nada más alejado de la realidad.

Jack & Ray

Este restaurante, que en verdad ignoro si sea exclusivamente regiomontano o sus dominios se extiendan mas allá de este rancho cosmopolita, tiene dos elementos muy particulares en su servicio: El primero son sus tortas y el segundo es que estas son servidas por gatos igualados, que lo mismo pueden tratar de “tirarle el calzón” a tu novia enfrente de ti o incluso hasta pedirte un cigarro como si te hubiesen conocido durante un zafarrancho en alguna cantina de la calzada madero. ¡Faltaba más!
Lo mismo puede llegar a tu mesa a servir tu refresco con un cubo de hielo falso, con una moscota dentro del mismo (cuanta originalidad), que decirte al mismo tiempo que te da unas palmadas en la espalda que ojalá y te hayas sentido a gusto con el servicio que has recibido y no olvides por supuesto dejarle propina. ¡Que desfachatez!

Carlos ‘n’ Charlies


Nada mas espantoso que elegir –por error, claro está- un lugar como este para pasar un rato relajado en compañía de tus amigos, ya que el primero que te recibe es un “capitán” con una peluca de cabello rojo peinado al estilo afro, en pocas palbras: un mamarracho, sin embargo esto es solo el inicio, ya que para martirio de uno, la magia nunca termina en un sitio como este, por más que uno pida una sopita de fideos con la firme intención de terminar lo mas pronto posible y salir huyendo despavorido del lugar esto no siempre es posible.
Lo que sucede mientras te zumbas la cerveza que pediste y te quemas la boca con la sopa que estas comiendo apresurado con tal de salir de ahí, es que los meseros (que superan por mucho a los propios comensales que asisten al lugar) se la pasan aplaudiendo al tiempo que emiten el tan peculiar: ¡Ea, ea, ea! en señal de que en el lugar existe un ambientazo y nadie puede dejar de mover el bote, o se la pasan gritándole al grupo de segunda que se encuentra amenizando las canciones que quieren escuchar. ¡Guácala!


Buenas noches, mi nombre es Jaime y seré su mesero

Otra costumbre que me parece vomitiva es que cuando llegas a tomar una copa o a cenar, algunos restaurantes tienen el estándar de que sus empleados se dirijan a los clientes indicándoles cual es su nombre, para que el comensal en cuestión no se dirija a el o la mesera con un: “Oye tu, gato(a), ven para acá”, sino con un amable: “Oye Juanita, ¿te molesto con un refresco de cola”, hasta aquí todo bien, habrá gente que en un vano intento por buscar la igualdad de las clases acepte a su mesero como su igual, ¡Nada mas reprobable!, pero cada quien. El verdadero problema es cuando uno no tiene tiempo de andar memorizando los nombres de la servidumbre y simplemente se refiere al fulano(a) como: “Oiga joven (o jovencita)” y el lacayo en cuestión replica: “¡Me llamo Alfonso!”. Como si uno fuese un tipo de luchador social que busca la igualdad de las clases. ¡Por supuesto que no!, en el mejor de los casos los dejamos que sirvan nuestras mesas, pero jamás los veremos como similares. ¡Gatos igualados y contestones!

Mención aparte merecen los restaurantes como Hooter’s, en donde las meseras sirven enfundadas en ajustadas blusas y diminutos shorts, a comensales que son en su gran mayoría freaks a los cuales sus triponas novias o esposas los llevan, premiándolos por ser unos prefectos imbéciles y les toman fotos con las meseras del lugar, como diciéndoles: “Mira, que buena onda soy contigo mi amor, te traigo a que veas muchachotas y lo único que tienes que darme a cambio es todo tu dinero y tu obediencia total”. Esto es cuando los comensales masculinos asisten con sus novias o esposas, pero cuando no, los pobrecitos creen que las meseras verdaderamente están tratando de ligar con ellos, ¿Será tan difícil conformarse con ver de lejos y conservar un poco de dignidad? En fin, como bien decía mi abuelo cuando veía que sus nietos no se podían comportar como personas en un restaurante: ¡Hay que sacarlos más seguido! Ah y casi lo olvido, no dejen que la servidumbre se les suba al cuello, una docena de latigazos los mantendrá en su realidad.

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